domingo, 20 de julio de 2008

la pachorra

Vamos a empezar así: descansar es necesario; esto es tan obvio que no merece mayores ni menores comentarios, sino que en realidad no merece comentario alguno. Para la mayoría de nosotros que aún no perdimos nuestro buen uso y abuso de las facultades mentales que nos tocaron en suerte, el fin de semana es el mejor momento de la semana: porque no se trabaja; la anestesia que nos alivia el dolor también nos duerme; las enfermedades modernas de la vida entre cables telarañas en los techos azules se curan te dicen que yendo a un spa, o viendo verde (claro que eso nunca incluye la posibilidad de contar dólares, tomar mucho mate, ni contar esos chistes con tinte pornográfico); un tal Sigmund Freud incluso mostró que los sueños son realizaciones de deseo.
Todos estos comentarios pormenorizados para sostener una tesis tan insignificante no son sino un mero prolegómeno para inmiscuirnos de lleno en la vida de Remigio Lagagna. Hombre con un especialísimo talento y muy desarrollado para todas las cuestiones que versan con el ocio y la holgazanería, este humilde compatriota se dispuso a realizar un trabajo que beneficiaría a toda la sociedad. Como es sabido por todos o algunos, las grandes ciudades son sitios donde el ocio porta un exagerado valor y sin embargo (mejor dicho: a causa de que) escasea. Las gentes de esos lugares no se sienten preocupados por estas nimiedades y entonces, si no pueden vivir una vida plagada de aventuras, miran a otra gente por la televisión que les cuenta cómo es vivir esas vidas que esta gente desea con frenesí y ganaslocas; si no pueden comprarse una casa lujosa, piden a gritos que los millonarios o funcionarios o sobrinos de algún ex-intendente de un pueblo de 30 habitantes les muestren sus casas lujosísimas. Los descansos de estas gentes no escapan a esta lógica.
Remigio lo sabía y había montado un show que satisfaría las necesidades de estas personas. Montado un show es una forma de decir. Había puesto un cartel en la puerta de su casa y había pedido la colaboración de algunas tías y amigos para que cobren la entrada, acompañen al público y quizás acerquen un copetín. El show no merece mucha descripción: Remigio estaba en pijama todo el día, la escenografía era por lo general su pieza, si bien a veces pasaba a la sala, bostezaba, dormía siestas bastante largas, leía el diario (un rato, esto lo aburría enseguida) y veía un poco de tele (esta parte atraía en especial a algunos, porque suponía la interacción del artista con su público, ya que por lo general, éste le pedía a alguno de los que más se le acercaban que cambie los canales, para no tener necesidad de moverse de la cama). Ustedes ya lo saben: un éxito rotundo.
Uno de los pilares del éxito que tuvo Remigio en su original emprendimiento consistía justamente en no tener horarios fijos: “para descansar no hay hora” decía constantemente e incluso en una charla que dio desde su cama arengó: “Todos los animales cumplen con los ciclos según la naturaleza, nosotros en cambio a veces estamos del lado de la naturaleza y otras no tanto, a medias tintas. Sentimos el dolor y sacamos la mano del fuego, en esto somos como los animales; sentimos hambre y –por lo general- no nos levantamos de la mesa sino hasta considerar que lo hemos saciado, y seguimos animales; sin embargo, nos despertamos a la hora que nos lo ordenan nuestros aparatos electrónicos o mecánicos, los despreciables despertadores que intentan acabar con nuestra naturaleza. Pregunto a ustedes: ¿dónde vieron a un oso decidir durante una noche que mañana será mejor despertarse temprano porque entonces aprovechará para cazar su presa a la mañana, así después tiene tiempo de chequear su correo electrónico?” Tan vivaz discurso era digno de notarse en alguien poco acostumbrado a defender sus ideas con tanta energía; no obstante, al terminar su disertación, con los ojos entrecerrados y mirando a los concurrentes dijo “¿Preguntas?” y había preguntas, miles y miles de ellas, que Remigio jamás escuchó y dándose vuelta al tiempo que aferraba la almohada con todas sus fuerzas (que ya eran muy pocas) sólo dio por respuesta un estruendoso ronquido. Pero no sólo en la falta de horarios prefijados consiguió un firme apoyo su éxito; la personalidad de este trabajador verdaderamente incansable era garantía de resultados: un hombre con una fiaca extrema, a quien el sólo pensar en ejecutar alguna acción lo cansaba como si esa acción hubiese sido realmente ejecutada.
Poco a poco fue ganando renombre. La chirriante madera de la puerta de su casa no paraba de crujir en abrires y cerrares de público en vaivén, ya sea ávido de ver el show o de volver a su casa para imitar al maestro. Otros, como el vecino de enfrente, quisieron hacerle la competencia basándose en argumentaciones como el libremercado (lo que de suyo mostraba que el interés que se le deparaba al ocio no era el mismo, era éste un neg-ocio para ellos) e incluso cobrando las entradas bastante más baratas que Remigio. Pero se les notaba que lo suyo era pura actuación: era gente que se hacían los dormidos, o los cansados. Ninguno lograba un descanso de más de catorce horas seguidas, lo cual para Remigio era lo mínimo indispensable. Estos competidores fracasaron: nada más condenable que quien nos hace el papel de estar actuando naturalmente, sobre todo cuando se levanta de una holgazaneada de pleno derecho para ir a entrenarse para la maratón del pueblo.
Finalmente, sus seguidores más fieles creyeron ver en él algún mensaje o designio supremo; como suele suceder, no fue él quien comenzó su carrera hacia la ruina, sino sus más fervientes partidarios.
Una tarde se organizó en su nombre la Primera Jornada Nacional de Fiaca, Holgazanería y Ocio en un teatro del centro de la ciudad capital. Las muchedumbres se agolpaban contra las boleterías ese día de un modo tal que muchas adolescentes se desmayaban en medio de la cola y otros sudaban bajo sus pantalones del bienvestir. La pieza en la que se dejó ver Remigio una vez abierto el telón había sido la obra de una eminencia en escenografía. El público miró una vez, probablemente se rascó la cabeza un rato, miró otra vez, y frente a los ojos de Remigio (que no advirtió nada de esto por tenerlos más bien cerrados) se fue yendo despacito y bastante ordenadamente, al contrario de la entrada. Esa fue la última vez que pudimos ver desperezarse al artista de la siesta.
Tras el fracaso, Remigio no volvió a hacer los shows en su casa, ni en ninguna otra parte. No salía de su casa, no sabemos si por la decepción del fracaso o por la simple pereza que esto le despertaba. Se habló mucho sobre él en los días subsiguientes y fue olvidado injustamente muy rápido.
Varias hipótesis se alumbraron respecto del final anticipado de tan promisorio talento: una apuntaba a que su descanso en un teatro era un verdadero fraude. Ciertamente nadie se levantaría de su cama para movilizarse hasta un punto con el fin de descansar allí; muchos incluso repetían que Remigio había vendido sus ideales de inactividad. Otra, desligaba responsabilidades en terceros, y así se hablaba de la mala ubicación de la cama en el escenario, o del pijama poco creíble confeccionado por el vestuarista. Finalmente, otra hipótesis planteaba que estas exigencias de descanso continuo habían generado demasiada presión en Lagagna, quien habría sido víctima de los nervios a causa del estrés. Hasta lo más sublime, o lo más tranquilizante, termina siendo una pesada carga cuando se vuelve rutinario. Algunos en vez de todo eso, simplemente repetían el aforismo: “manjar de todos los días deja de ser manjar”.
Pareciera ser el deber del autor, luego de haber acompañado hasta este punto al lector, narrar o al menos sugerir cuál de estas causas provocó el ocaso del maestro del bostezo. Sin embargo, como una forma de homenaje a la insigne obra de Remigio Lagagna, voy a optar simplemente por un punto final y ¡a dormir!.

1 comentario:

ElQuique dijo...

Clap! Clap!
Excelente!
No olvidemos que el trabajo es una maldición bíblica:
"Porque hiciste caso a tu mujer y comiste del árbol que te prohibí, maldito sea el suelo por tu culpa. Con fatiga sacarás de él tu alimento todos los días de tu vida. Él te producirá cardos y espinas y comerás la hierba del campo. Ganarás el pan con el sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la tierra de donde fuiste sacado. ¡Porque eres polvo y al polvo volverás" (Génesis 4, 17-19) y que la palabra trabajo proviene de "tripalium", un instrumento de tortura que usaban los romanos, apenas menos horroroso que la cruz.
A propósito: ¿viste la película "la fiaca"?.
Un abrazo.
ElQuique.
http://elquique.blogspot.com