En uno de los mundos, el himno oficial es el de Charly García, como se sabe; el billete de diez se llama Diego y tiene un gol de maradona; cosas así. En este mundo, la marcha peronista se le encomienda a un uruguayo, cosa no tan extraña si pensamos en el tango que le fue encargado a Gardel, que se llama Leo Masliah. La primera estrofa de la marcha peronista de este mundo dice así:
Del conjunto de individuos pertenecientes al partido más influyente del país, seguramente no la totalidad ya que esto sería muy difícil dadas ciertas internas partidarias nunca faltantes, pero sí una numerosa mayoría de sus jóvenes nos atendremos a alguna partida no sabemos aún muy bien de qué, pero sí sabemos que terminaremos la misma declarándonos vencedores y, del mismo modo en que ya se nos hizo costumbre, intentaremos vociferar, no al unísono (ya que por la cantidad de personas congregadas esto sería una empresa en la práctica imposible, al menos si estamos midiéndolo con una exactitud de segundos, décimas y milésimas de segundo) pero sí lo más cercano a la simultaneidad posible, un sostenido alarido que provenga de los ventrículos y aurículas del órgano encargado de motorizar el fluir de sangre por nuestros cuerpos, sin olvidar, por supuesto que el grito de allí surgido realice la parada correspondiente en los órganos de la fonación; de otro modo, sería un grito inaudible, o al menos su audición se reduciría a lo intraorgánico, y de este modo el corazón podría comunicarse con el organismo de cada uno de los presentes vía torrente sanguíneo pero no lograríamos la comunicación transindividual, para la cual nos hemos aunado y decidido compartir la empresa del vociferar compartido. Este grito rezaría del siguiente modo: es nuestro deseo que Perón permanezca con vida. En este sentido poco nos importaría la constatación empírica de la muerte del mismo, o incluso la condición de haberse sucedido la susodicha muerte en momentos anteriores o posteriores a nuestro canto comunitario, siendo en este último caso, el momento más paradojal de nuestro deseo: el de mantener con vida a alguien de quien ya conocemos de antemano la total inexistencia de funciones vitales. Y no nos importará, porque así son los deseos y las pretensiones políticas.
El verdadero engorro de la marcha peronista en este mundo, es que Leo ha preferido imprimirle aires de música clásica que pasean por un pianito que él toca, tímido y cabizbajo, entre la muchés. Dumbre.